Las primeras impresiones tras ver la serie apuntan en una
sola dirección. Corrupción. Cómo podemos estar gobernados por semejante panda
de corruptos, tramposos, inmorales, poco humanos, obsesos por el poder etc.
Pero una lectura más profunda nos permite conciliar esta primera reacción.
Porque sólo así pueden llegar a la cima.
Admitámoslo, todos hemos oído eso de que uno cambia por
completo al entrar en el mundo de la política, si no lo hace por sí mismo sus
compañeros y sus ideologías se encargarán de hacerlo. Los débiles no llegan muy lejos, sólo los más
carismáticos y los más astutos prosperan en la carrera hacia el poder (aunque
los políticos españoles se empeñen en demostrarnos los contrarios).
Podríamos resumir todo ese mundo en una frase, “O comes o
eres comido”. Desde el momento en el que Frank se ve traicionado por el
presidente al no ser elegido como Secretario de Estado iniciará su particular
“vendetta” contra aquellos que lo traicionaron, apuntando a la presidencia, sin
hacer prisioneros por el camino.
La moralidad del matrimonio Underwood queda desechada desde
el primer momento. Ante una empresa de tales magnitudes, se hace más necesaria
una asociación para alcanzar intereses comunes que un auténtico matrimonio. En
esta peculiar pareja todo está permitido, no existen infidelidades sino
compromisos de trabajo.
La manipulación que Frank ejerce a todos los que están a su
alrededor no es nada nuevo, ni debería sorprendernos a estas alturas.
Maquiavelo ya plasmó en su obra mucha de las prácticas que vemos en la serie.
Claro ejemplo es el títere que supone Peter Russo en las manos de Frank. “Los
súbditos a los que el príncipe arma son deudores del príncipe, y se consideran
más obligados a él”
En definitiva, el juego de poder resulta insultantemente
amoral desde fuera del tablero, pero una vez dentro las armas exhibidas por
Frank son las únicas que nos permitirán ganar.
Como reza uno de los eslóganes de la serie, "Bad, for the greater good"
Javier Sendra Guinea, Manuel Laras Sánchez, Álvaro Donaire Periáñez
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