La Casa Blanca se convierte en
una adaptación del siglo XXI de las estructuras de poder que se daban en las
cortes de los grandes reyes como Luis XIV. Cada cargo político manipulará,
mentirá y conspirará para eliminar al resto en ascenso al poder más absoluto.
Frank es sin duda uno de los tiburones más listos, capaz de entender los
mecanismos de los juegos de poder, pero más importante aún, capaz de entender a
las personas, sus aspiraciones y sus miedos. Analizaremos el comportamiento de nuestro
protagonista atendiendo a algunas de las 48 “leyes” del poder definidas por
Robert Greene en su homónimo libro.
Empecemos hablando de la relación
entre Frank y el presidente. Frank entiende en todo momento que no debe eclipsar
a los que están por encima de él (Ley 1: No eclipsar a los superiores), sino
que todos sus éxitos propios deben ser atribuidos a su jefe, haciéndole parecer
más brillante de lo que es. En la batalla por la reforma de la ley de
educación, es Frank quien se muestra contumaz en no cambiarla para complacer a
la oposición y terminar así con las huelgas de profesores que se extienden por
el país. No obstante, una vez esta es ahogada gracias a una gran jugada de
Frank (de la cual hablaremos más adelante), el Sr. Underwood atribuye el mérito
al presidente, por mostrarse paciente y frío.
Al mismo tiempo Frank intenta
destacar por encima del resto de miembros del gabinete, en el juego de poder no
puede permitirse ser uno más. Antes que diluirse entre el resto de sombras en
el equipo del presidente, Frank elige cuidadosamente los momentos en los que
mostrarse más rebelde y honesto con el presidente (su negativa a cambiar el
proyecto de ley educativa crea un momento tenso resuelto a favor de Frank),
haciéndose notar entre todos los “súbditos de este y ganándose así su respeto y
confianza”. Esta estrategia se asemeja a la que empleaban los cortesanos más
exitosos de otras épocas, conseguían destacar sobre el resto sin llegar a
resultar molestos (Ley 24: Hacerse pasar por el perfecto cortesano). Sabe
perfectamente como revelarse como una pieza de valor sin hacer sentir al
presidente inseguro o eclipsado. Todo un lobo con piel de perro leal, que se
acabará volviendo imprescindible para el presidente (Ley 11: Aprender a hacer
que la gente dependa de nosotros).
Entre Frank y el presidente se
encuentra Linda, la jefa de gabinete, el primer escollo a superar cada vez que
Frank quiera llevar a cabo alguna política. Se trata por tanto de obstáculo al
que deberá tanto seducir como neutralizar según la ocasión. Como dice el dicho
siliciano, “Uno no hace favores, acumula deudas”, Frank comprometerá a Linda
consiguiendo que acepten a su hijo en Harvard para que esta le apoye en su
candidatura a la vicepresidencia. Cuando le pregunta si le hizo aquel favor
para obtener otro a cambio, Frank decide abandonar su usual estrategia de
ocultar sus intenciones y mostrase claro y conciso.
Frank también empleará a los que
están por debajo de él como cabeza de turco. El caso más evidente es el de
Peter Russo. Este congresista, alcohólico y cocainómano, verá su carrera
relanzada por Frank, el cual le organizará una campaña para convertirse en el
senador de Pensilvania. Frank siempre previó el fracaso de esta campaña, como
un modo para apartar al vicepresidente en funciones, el antiguo senador del
estado, dejando el puesto vacante para sí mismo.
En definitiva, el Sr. Underwood
sabe manejarse por un mundo de tiburones, ofreciendo una rosa una mano mientras
esconde un cuchillo en la otra. Como si de una partida de ajedrez se tratase,
Frank calcula todos sus movimientos y se adelanta a los que puedan tomar el
resto. No deja influirse por las emociones, rara vez las descubre a lo largo de
la serie, siempre actúa fríamente y habiendo previsto todo el camino hacia su
objetivo.
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